vuvuser's blog
De vuelta al GYM
Lo peor de dejar de entrenar es intentar volver a la rutina de hacer ejercicio. Habían pasado tres semanas desde la última vez que había ido a entrenar al gimnasio. Tres semanas desde que me habían hecho una semi vasectomía. Mis partes nobles ya estaban recuperadas al cien por ciento, pero tengo que admitir que sí me preocupé al siguiente día de la lucha en la que Teo, uno de los luchadores más fuertes y más sucios que entrenaban en mi gimnasio, junto con su amigo Conan, nos habían vencido de la manera más humillante en una lucha de parejas. Mis testículos habían sido sus víctimas favoritas. Dos rodillazos, patadas, incontables golpes y varios apretones me habían dejado con los huevos hinchados y caminando con las piernas abiertas más de dos días.
(Roger Huerta (vuser) en el gimnasio: http://towleroad.typepad.com/.a/6a00d8341c730253ef01310fd6bfd7970c-800wi )
Por fortuna todo estaba bien, al parecer. Apenas pude, me masturbé para asegurarme que funcionara todo. El siguiente sábado no perdí oportunidad de invitar a mi amiga Amanda, sabiendo que no dejaba pasar una sola verga que estuviera dispuesta a atravesarla. El resultado: algo incomodo al principio, algo sensible, pero todo se desempeñó a la perfección. Al parecer Teo no mentía cuando me dijo que no me iba a lastimar. Mi paquete había superado una dura prueba.
Entonces después de descansar de todos los otros golpes que recibí, volví a entrenar ese lunes. Aleks, mi coach, me saludó con un abrazo. "Vaya, volvió el hijo pródigo," me dijo cuando entré. Ya sabía lo que me había pasado, porque después de una semana sin acercarme al gimnasio, me mandó un mensaje de texto para asegurarse de que yo estaba bien.
(Aleks se parece a Luke Rockhold de la UFC. )
"Ahora sí, vengo a recuperar la fuerza perdida," le dije.
"¿O sea los huevos que te faltan?" dijo burlándose. Mi manera de voltear a verlo fue lo único que necesitó para entender el '¡cállate, pendejo!' que le quería decir.
"Bueno por lo menos sigues igual de chistoso, hijo de tu puta madre," a ver si no se me escapa sin querer una ligera patada, la próxima vez que entrenemos," le dije jugando, y él rió.
"¿Qué te parece si te enseño algo que te ayude a soportar una lucha como la que tuviste?" me preguntó seriamente. La manera en que lo dijo me llenó de curiosidad.
"¿A qué te refieres con eso?" pregunté.
"Pues mira, hace como 15 años, un coach mío, brasileño, me entrenó con unas técnicas diferentes, para ayudarme a ser más elástico, más fuerte y a soportar más el dolor," me contó. "Si quieres te puedo entrenar con esas técnicas, creo que te puede ayudar, y con lo que te hicieron la lucha pasada, creo que te conviene."
"Ok," dije más como pregunta que como afirmación. "¿Y de qué va ese entrenamiento? No me vas a poner a encerar tu carro, ¿verdad?"
"No seas pendejo. Voy a requerir que te prepares, y necesito enseñarte esto un día que no haya nadie," me dijo. Y yo no pude evitar burlarme.
"Creo que mejor voy a contárselo a quien más confianza le tenga, y ojo, mucho ojo eh, pip, pip, pip, pip," le contesté, burlándome de la parecida situación que salía en los anuncios de Cuidate a Ti Mismo, de los años 90's.
"Ahora el que te va a deshuevar por chistosito soy yo," me contestó. "Te voy a poner ejercicios de elasticidad toda la semana, para que te prepares, y el sábado que no haya nadie te veo aquí. Ese día necesito tener disponible buena parte del equipo, y espacio también. No conviene que haya gente. Pero aparte necesito que tus músculos se aclimaten. Entonces, órale, ponte a jalar." Yo le hice caso y me puse a calentar.
Justo como dijo Aleks, toda la semana estuve haciendo ejercicios de elasticidad y fuerza. Estuve colgándome de barras haciendo pull ups, crucé el gimnasio parado de manos como diez veces y el resto de los ejercicios fueron prácticamente clases de yoga. Al final de la semana sentía en mi cuerpo un placentero dolor de músculos que me recordaron todo los los ejercicios que practiqué. Quería ir a que me dieran un masaje para descargar los múculos, pero Aleks me lo prohibió, y me arrepentí de haberle hecho el comentario, si no le digo no se hubiera enterado, o eso creo.
Llegó el sábado. Cuando entré al gimnasio no había llegado Aleks, pero noté que habían movido algunas cosas y había algo más que me parecía raro, pero no lograba identificar qué era. Llegó Aleks . Venia vestido con sus shorts de combate, lo que me desconcertó.
"Qué ha habido, Vuser. Ponte a calentar," me dijo sin más. Me sorprendió lo seco del comentario, pero como fue una órden clara y él era mi coach, lo obedecí sin cuestionar. Es cierto que somos amigos y a veces se me olvida la verdadera relación por la que empezó esta amistad, pero no me molestaba nunca cuando dejaba claro que estaba en su rol de entrenador y no de camarada. Me puse a calentar.
Había estado entrenando con mis shorts ajustados de lycra, y ese día no fue la excepción. Me quité la camisa y los tennis y comencé a estirarme. No pude evitar ver lo que hacía Aleks; se había acercado a los dos postes principales que soportaban las barras para hacer pull ups. Había cuatro cuerdas colgando en los postes, una en la parte superior y una en la parte inferior de cada poste; eso era lo que me había parecido raro y que no había podido identificar. Aleks apareció de detrás de unas cajas con más cuerdas en sus manos. Ver esto me dio mala espina, pero confiaba en Aleks, en casi un años y medio de entrenar con él se había convertido en una de las personas en quien más confiaba.
“¿Ya calentaste?” me preguntó otra vez de manera seca.
“Si,” contesté.
“Calienta bien, este no va a ser un entrenamiento normal,” dijo Aleks mientras llevaba sus cuerdas a donde estaban las llantas de entrenamiento.
Yo seguí calentando hasta que me sentí confiado de que ya estaba listo. “¿Ya?” le dije a Aleks, un poco desesperado.
“Sí,” contestó, “ven acá. Este no es en sí un entrenamiento. Es más bien una terapia. Hoy vas a salir de aquí teniendo mucha más tolerancia al dolor y tus músculos van a ganar mucha resistencia en poco tiempo. Lo primero que voy a hacer es amarrarte a esta llanta.”
“¿Qué? ¿Estás jugando?” pregunté, y Aleks me contestó con una mirada que claramente decía ‘no’.
Me acerqué a él. Tenia la cuerda en su mano. Había hecho un arnés a base de nudos que dejaba cuatro extremidades que entendí eran para mis pies y manos. Le pregunté qué quería que hiciera y me dijo que me colocara con la espalda a la gigante llanta de tractor que usábamos para hacer ejercicios de fuerza. Me tomó de las manos y sentí que las amarró con las cuerdas, luego las levantó arriba de mi cabeza y me empujó para que mi espalda quedara pegada a la llanta. Después se colocó el otro lado y jaló las cuerdas, esto hizo que yo me recostara en la llanta a medida que esta giraba y me levantaba del suelo. Este movimiento y la posición en la que me dejaba era muy incómodos, pero no me quise quejar. Cuando estaba ya totalmente encima de la llanta mis pies colgaban en uno de los lados. Aleks pasó la cuerda por el hueco del rin y amarró mis pies con ella. Después ajustó los nudos del arnés para apretarla, cada vez más.
“¡Auch!” se me escapó cuando ya sentía dolor.
“Abre la boca,” me ordenó Aleks, y metió un protector bucal cuando obedecí. “Muerde,” otra vez obedecí. Y justo después sentí que pegaba cinta adhesiva en mi boca de manera que no podía escupir el protector. Mis gemidos delataban mi inconformidad.
“Cállate,” dijo Aleks. “No te voy a mentir, esto te va a doler, pero tienes que confiar en mí: te va a ayudar.” Hizo girar un poco la llanta de manera que quedé viendo hacia el frente totalmente abierto de piernas y brazos, y no pude reaccionar cuando Aleks sacó un bastón largo, que parecía de bamboo o de caña de azúcar, y me dio un fuerte golpe en el pecho.
“¡¡¡¡MMMMMGGGHHHHHHH!!!!” fue lo único que pude emitir, cuando un segundo golpe me quemó el pecho de nuevo. Luego un tercer golpe me dio en el abdomen, y ese también se repitió. Cada golpe me hacía gemir de dolor.
“Respira,” fue lo único que me dijo.
'Respira fundo', le dijo João a Aleks aquella vez. Fue la primera vez que lo sometió a esto, pero no sería la última. João le dijo que era la última parte de su entrenamiento de seis meses. Durante esos meses lo había convertido en un luchador musculoso y atlético. El cambio había sido impresionante, y la última sesión era esta. Amarrado a una llanta, totalmente inmovilizado y con solo la ropa interior de entrenamiento que llevaba puesta. Cuando João comenzó a golpearlo, no sabía si era un castigo. Tenía solo 20 años y estaba confundido. Soportó el dolor lo mejor que pudo, quería impresionar a su entrenador. Cada golpe le dolía como nada que hubiera sentido antes, pero ahogó sus gritos. Incluso sin el bozal que tenia puesto no hubiera soltado ni un gemido... por lo menos hasta entonces.
(Aleks de chico; )
El bastón iba bajando poco a poco con cada golpe que recibía. Cuando recibí un golpe en el vientre, a milímetros de mis partes nobles me asusté. Supliqué a todos los dioses que no me fuera a golpear mi paquete. Empecé a decir que no violentamente, sin que la palabra pudiera salir de mi boca. Me puse muy nervioso. Viendo hacia abajo con mis ojos sentí el sudor en mi frente esperando inevitablemente sentir ese intensísimo dolor en mis genitales. Recibí otro golpe en el vientre, justo arriba de la base de mi verga, y Aleks paró. Yo respiré de alivio. No quería llorar enfrente de Aleks, pero sabía que si me golpeaba en los huevos sería inevitable. No estaba preparado para volver a ese tipo de tortura que me había dejado muy intranquilo.
Aleks se acercó de frente a mí y examinó mi cara. Me vio de frente a los ojos como si me estuviera inspeccionando. Luego relajó las cejas e hizo una mueca que parecía una sonrisa, pero sin mostrar los dientes. No dijo nada, y yo no sabia si se reia de mi o aprobaba mi conducta. Se alejó un poco de mí. No tuve que esperar mucho para volver a sentir el primer golpe en mi pecho.
Aleks recordó cada golpe como cuando le hicieron esto a él. 'João no se detuvo ahi,' pensó Aleks. 'Él sí siguió bajando, solo unos pocos centímetros cada golpe'. Cuando sintió el agudo golpe del bastón en la base de la verga, Aleks quiso gritar y retorcerse de dolor. El segundo golpe, ya de lleno en su miembro, fue aun peor. El tercer golpe le dio en la punta de la verga y en los testículos por igual. Aleks empezó a llorar. Quería que João dejara de golpearlo de inmediato. Ya no quería saber nada de esa terapia. Sus gritos ahogados por el bozal se escuchaban fortísimo. Vio el bastón subir otra vez y quiso romper las cuerdas que lo sostenían. El último golpe lo recibieron los huevos solamente, y Aleks se desmayó.
Repitió sobre mí la misma rutina de golpes tres veces más, desde la parte superior de mi pecho hasta el bajo vientre deteniéndose justo antes de llegar al que sería el castigo extremo. Yo me acostumbré al ardor de los golpes. La última vez que golpeó mi tronco yo no sentía dolor. Por fin dejó el bastón a un lado, y recogió un rodillo de plástico. Con él masajeó todos los músculos que acababa de golpear. Pasó el rodillo por todo mi tronco deteniéndose en mi cuello y donde empezaba mi bulto, haciendo una pequeña pausa ahí, y asegurándose que presionaba bien los músculos. Ese ritual también fue doloroso, sentía mis músculos muy sensibles.
Cuando terminó desamarró mis pies y manos. Me quitó el protector bucal, se volteó y me dijo “descansa cinco minutos”. No sabía qué esperar después de los 5 minutos, pero no me atreví a preguntar. Pasé mis manos por mi pecho y abdomen. Se sentía diferente. Se sentía duro. Dolía, sí, pero no era un dolor insoportable. Algo había cambiado, como si me hubieran puesto un refuerzo entre mis músculos y mi piel. Veía las fibras marcarse en mi cuerpo; mis músculos estaban más fuertes, no cabía duda.
'Descanse dez minutos, Aleks', le dijo João. Aleks no se levantó después de 10 minutos. 'Seus músculos ficam mais fortes, seus testículos mais resistentes. Agora, se você receber um soco no saco, não vai machucar tanto.' Las explicaciones de João no le daba mucho consuelo. Aleks no podia pararse bien. Antes de que pudiera reaccionar, João lo tomó del brazo y lo llevó a donde estaban dos postes con cuerdas colgando de poleas. João lo tomó del brazo derecho y lo ató con el brazalete de cuero que tenia la cuerda en el extremo.
“Ven acá,” me dijo, y supuse que los 5 minutos se habían terminado. Me llevó a los postes de donde se anclaban las barras de ejercicios gimnásticos, vi de nuevo las cuatro cuerdas sujetas a los postes. Vi algo que no había visto antes, en los extremos de las cuerdas había muñequeras de cuero ajustables con hebillas. Sentí un escalofrío.
Aleks me tomó del brazo, agarró una muñequera y la ajustó en mi mano izquierda. Luego hizo lo mismo con la derecha y luego con cada talón. Se alejó y tomó dos de los extremos de las cuerdas, los que se ajustaban a mis manos. Los estiró, fuerte, y quedé colgado en posición de Cristo. Aseguró las dos cuerdas en un peso muerto enfrente de mí y siguió con las cuerdas de los pies. Esto no me gustaba nada. Estiró las cuerdas hasta que estuvo completamente abierto de brazos y piernas. Cuando las cuatro cuerdas estuvieron amarradas al peso muerto yo estaba en el aire, estirado de mis cuatro extremidades con un dolor casi insoportable.
Estaba amarrado tal cual como Jean Claude Van Damme en Blood Sport. Comenzó a golpear mis brazos, así como había hecho antes. Parte por parte golpeó desde mi antebrazo hasta mi hombro, de cada lado. Los golpes eran igual de fuertes que los que había recibido en mi tronco. Lo que más me dolió fue cuando golpeó el tendón distal del bicep. Fue un dolor muy agudo que pensé que me iba a reventar la fibra. Por fin terminó de golpear mis dos brazos y continuó con mis piernas. Comenzó por los talones, y de nuevo avanzó hacia mi cuerpo, algunos centímetros a la vez. Luego golpeó mis chamorros y siguió hasta mis ingles, evitando mis huevos por milímetros. Cuando golpeaba mi otra pierna, uno de esos peligrosos golpes cercanos a mis partes nobles alcanzó a rozar mi bulto. El protector bucal amortiguó mi grito. No me dolió mucho, pero solo el recuerdo de esa humillación, y el hecho de estar amarrado de piernas abiertas, vulnerable a lo que Aleks quisiera hacer conmigo, hacía qué mis testículos intentarán esconderse dentro de mi cuerpo.
Aleks estaba totalmente estirado con las piernas en un split perfecto. Su bulto sobresalía hacia abajo justo a la mitad de su cuerpo. El primer golpe que recibió fue en una mejilla, y le dejó una marca color rojo intenso. Después siguieron sus piernas. João comenzó con su pierna izquierda, y lentamente le fue dando golpes avanzando hacia los muslos. Aleks trató de no pensar en el momento que el bastón llegaría a la mitad del trayecto. Pero al llegar a su ingle João se detuvo y cambio de pierna, empezando otra vez por el talón, siguiendo con el chamorro derecho. De nuevo llegó a su ingle y se detuvo. Aleks esperaba el golpe certero a sus testículos, pero esto no sucedió. Continuó con los brazos y Aleks se tranquilizó. Pero después de que sus brazos fueran azotados por completo, João se acercó y se puso justo frente a él. Aleks sintió que lo agarraba de su paquete, y luego sintió que algo le aplicaba presión alrededor de su bulto sobre la ropa interior que tenía puesta. João le había puesto una mordaza hecha con dos piezas delgadas de bambú unidos con ligas. Su verga y sus testículos estaban atrapados y debido a los golpes anteriores, solo tener la mordaza puesta le causaba un fuerte dolor. João se alejó un poco, tomó el bastón de bambú y le dio un fuerte golpe en su ya sensible bulto. Aleks trató de gritar, aventó su cabeza para atrás, los ojos rodaron hacia atrás de sus párpados, y volvió a perder el conocimiento.
Aleks se dió cuenta que había estado a punto de golpearme en mis genitales, y fue más cuidadoso después de eso. Golpeó cada centímetro cuadrado de mis músculos sin tocar mis huevos. Brazos, piernas y espalda terminaron machacados por su bastón, y después masajeados por su rodillo. Cuando terminó de golpear mi cuerpo por cuarta vez, soltó las cuerdas. Mis músculos se relajaron. Caí al suelo lentamente mientras Aleks soltaba las cuerdas poco a poco. Mientras me liberaba de la tensión sentí el cambio inmediatamente. Mis brazos y mis piernas se sentían fuertes y flexibles, más que antes, mucho más. Encogí mis brazos y toqué con cada una de mis manos el hombro contrario. Encogí mis piernas también y abracé mis rodillas. Todo mi cuerpo estaba adolorido, pero sentía como si hubiera aumentado su tamaño.
"Ponte a estirar, y te voy a dar una crema para que te la pongas llegando a tu casa," dijo Aleks mientras se alejaba a su locker.
Me puse a estirar y sentí mis músculos arder. Cada ejercicio de estiramiento que hacía me indicaba que tenia un músculo que no conocía, y que sentía dolor. Sin embargo también sentía la nueva fuerza que habían ganado. Se sentían duros, como si tuvieran una costra que se hubiera solidificado. No podía esperar a luchar de nuevo para probar mi nueva fuerza.
Aleks regresó con la pomada que había mencionado antes. Estiró su brazo y me la dio. “Te vas a poner una capa delgada de esto en todo tu cuerpo,” me dijo, “y te vas a bañar con agua fría. ¿Cómo te siente?”
“Pues me duele todo el cuerpo, pero siento los músculos muy fuertes. Sí funciona esto, eh. Estoy sorprendido.”
“Claro que funciona, por eso lo hice. Y no te duele todo el cuerpo, casi todo, pero no todo. Te evité un dolor muy grande, y creo que ya sabes a qué me refiero.”
“Sí, ya sé. Y estoy muy agradecido. No hubiera soportado otra tortura como la de hace tres semanas.”
“Justo por eso te lo evité. Creo que ya soportaste lo que tenías que soportar ahí abajo. Porque aunque los testículos no son músculos, sentir el dolor te ayuda a soportarlo en el futuro.”
No pude evitar preguntarle, “Aleks, ¿quién te enseñó esto?”
Aleks me miró un momento, como si estuviera pensando en lo que me iba a decir, y luego me habló: "Mi entrenador me hizo esto también," y comenzó a contarme lo que había pasado...
Aleks tenía 19 años cuando su coach, João, lo descubrió en una clínica de tae kwon do. Le vio potencial como luchador y lo invitó a entrenar con él. Aleks siendo un niño casi de la calle no tuvo que pedir permiso. Sus papás no se ocupaban de él, vivía con su abuela, que trabajó para mantenerlo. Aleks ahora trataba de mantener a su abuela, pero su trabajo no le daba suficiente dinero, por lo que entrenaba para ganar una beca.
João le propuso entrenarlo sin cobrarle, y a cambio, Aleks se comprometía a combatir en torneos de mma, y le pagaría con el 40% de lo que Aleks ganara. Teniendo pocas opciones para generar dinero, Aleks accedió.
João le dio un programa de trabajo. Le puso rutinas de fortalecimiento, y lo entrenó en artes marciales. Trabajó su musculatura y su condición física. En menos de 12 meses Aleks ya era otro completamente. Pero João no tenía planes de detenerse ahí. Necesitaba que Aleks ganara los torneos para que rindiera frutos su inversión. Fue entonces cuando comenzó con la terapia de endurecimiento de músculos.
Aleks despertó cuando João estaba usando el rodillo de plástico en su espalda. El dolor era apenas soportable. Cuando recordó lo que le estaba haciendo se enfocó en la sensación de su entrepierna. La mordaza seguía alrededor de su hombría. Podía sentir la presión en su bulto. João no había sentido nada de compasión.
Siguió sintiendo el rodillo machacar sus músculos. Sus piernas. Cuando llegó a su paquete, no se detuvo. Presionó el rodillo en sus huevos. Aleks comenzó a gritar, pero tenía puesto el bozal que le impedía liberar el llanto. Su cara estaba totalmente roja, sus ojos cerrados con fuerza. João volvió a pasar el rodillo por sus genitales una vez más, y otra vez y otra vez. Aleks no se desmayó, pero el dolor se volvió insoportable.
“Mi coach no me ahorró el dolor en los testículos,” me dijo Aleks. “Quería que fuera capaz de soportar todo en una lucha, incluso los golpes bajos. Esto que te hice me lo hizo él a mí durante cinco años. Cada cuatro meses me azotaba los músculos y los huevos.”
“¿Qué? ¿Cómo soportaste?” le pregunté muy sorprendido. Por un momento sentí mucha lástima por mi coach.
“Cada vez dolía menos. Mis músculos se hacían más fuertes, y soportaba más la tortura. Al final del quinto año me podías dar un martillazo en los huevos y yo te hubiera matado a golpes al siguiente segundo.” Yo no lo podía creer. No quería ni pensar que me hicieran eso a mí.
Quería saber más sobre los métodos extremos de su entrenador, pero me intrigaba más la salud de Aleks.
“Aleks, perdón por la pregunta, pero ¿no te causó algún daño grave? Digo, si te pegaba como me pegaste a mí, y si ya no sientes dolor, ¿no te preocupa que..?”
“Lo que te cuento pasó hace más de diez años, Vuser. Terminó hace más de diez años. La terapia necesitaba un poco más para hacerse irreversible. Afortunadamente pude escaparme de João. Si me pateas en los huevos hoy, me va a doler igual que a ti.”
“Ah,” fue lo único que pude contestar. No sabía que decir. “Me da gusto,” dije sin detenerme a pensar que no era la mejor respuesta.
“Hay muchas cosas que no sabes de mí, Vuser,” me dijo. “Ponte la crema. Descansa. El lunes nos vemos aquí. Hay más cosas que te voy a enseñar.”
Me dio la mano, y luego un abrazo. Sentí cada parte de sus brazos en mis hombros y mi espalda. Recogí mis cosas, y salí del gimnasio.
João por fin soltó a Aleks. Se quedó tirado. Tenía lágrimas secándose en su rostro. El dolor no se mitigó hasta dos horas después. Aleks ni se dio cuenta cuando João salió. Lo dejo solo ese día, y cada día de la terapia. Aleks ganó todos los torneos después de su décima sesión. Ganaba fuerza, ganaba resistencia, y perdía dignidad.
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